martes, 27 de mayo de 2025

El Acuario - 27/05/2025

Un sueño que olvidé escribir y me arrepiento un poco; realmente no estaba segura si compartirlo. A veces, los sueños parecen muy cómodos, incluso si son extraños. Algunas cosas, que deberían dar miedo, parecen mejor que la realidad. Aunque, sin duda, los zombis son mucho mejor que aquel acuario.

Un diluvio caía sobre aquella cuidad. Casas amontonadas color hormigón, apartamentos destruidos sobre otros que parecían saludables, el agua escurría por entre los pasillos amenazando las pisadas con electrificarse, comercio ambulante por todos lados y galerías mayormente cerradas. La lluvia caía entre el humo de la carne cocinándose sobre aceite usado de los carritos de comida callejera; el hedor era difícil de ignorar, pero ayudaba a Astro a orientarse. No comería carne por una semana.

Además del olor, había una cosa que no se podía ignorar: Las peste. Zombis.

En esta ciudad, los zombis no era más que una molestia. Como perros callejeros persiguiendo a las personas con comida en sus manos. A veces podían ser agresivos. Una mordida significaba tener que ir por una vacuna para no terminar como zombi, aunque barata, era un proceso, más bien, aburrido. Los ciudadanos solo los espantaban con escobas o los mataban en plena calle.

El objetivo trataba de cruzar esta ciudad. Aunque, primero, ir en busca de provisiones. Algunas oficinas quedaban en apartamentos sanos dentro de edificios desolados o húmedos por la lluvia. Astro y compañía iban subiendo las escaleras, cuando un zombi atacó. Fue una pelea confusa, pero Astro logró clavar un cuchillo en el estómago del zombi y huir. 

Una vez obtenidas las provisiones, quedaba esperar la noche. ¿Quién querría quedarse a explorar aquella sucia ciudad? Astro, por supuesto. Caminó por las galerías techadas que con arcos daban a la calle infestadas de personas gritando bajo la lluvia sus productos en venta. En el interior, galerías iluminadas de turquesa por un acuario con diferentes peces a la venta. 

El Ruido estaba ahí. Astro se acercó y tomó su mano. Un alivio profundo creció en su pecho, hasta que este la apartó con desprecio.

—Ya no somos nada —gruñó.

—Pero... —quiso protestar Astro.

El Ruido gruñó una vez más, y Astro no hizo más que alejarse de aquel lugar. 

Astro caminó entre la lluvia que ahora era más insistente. A través de una reja hexagonal oxidada, cubriéndose de la lluvia, observó como tres peluches particulares se mojaban bajo la lluvia. 

Astro los conocía bien.